Wednesday, October 04, 2006


Ramón Sampedro
En la primera parte de 'Cartas desde el infierno',
Ramón Sampedro comienza contando el principio de su tragedia:
el día en que chocó con el mar y se fracturó la espina dorsal, quedando tetrapléjico de por vida. Aunque confiesa que no existen palabras para describir lo que sucedió, su testimonio es la única forma de comprender qué se siente al entrar en el infierno.
El 13 de enero de 1998, Ramón Sampedro consiguió aquello por lo que luchaba legalmente desde hacía treinta años: su propia muerte.
Desde que en 1968 quedó postrado en una cama por culpa de un accidente fatal, se definía a sí mismo como una cabeza viva en un cuerpo muerto y su mayor anhelo era leberarse de ese infierno del que no podía escapar sin la ayuda de otros.
Cartas desde el infierno es el estremecedor testimonio de un hombre que buscó la libertad a través de la muerte.
Su caso abrió un gran debate sobre la eutanasia, que se fue mitigando tras la muerte de Sampedro, probablemente asistida por alguien que creía en su derecho a un final digno.
Conmovido por este emotivo libro, Alejandro Amenábar ha querido rendir homenaje a Sampedro con su película Mar Adentro, protagonizada magistralmente por Javier Bardem.
Una película que cautivará a millones de personas, al igual que esta obra.

"Había mar de fondo. Hacía resaca en la costa. Estaba de pie al borde del pozo natural que formaban las rocas de la playa.

Ensimismado, pensaba en el compromiso de la noche. La chica me iba a presentar a sus padres. Creo que me estaba entrando el temor a la idea del compromiso matrimonial.

Sin saber cómo me vi cayendo hacia el agua. No me había lanzado voluntariamente.

Cuando iba por el aire me di cuenta de que la resaca había retirado casi todo el agua.

No había remedio. En la vida jamás se puede volver atrás.

Choqué con el mar. Toqué con las dos manos la arena del fondo, pero no bastó la reacción para frenar la inercia.

Vi la arena. No era posible evitar el choque de la cabeza.

Con el ángulo que llevaba de entrada en el agua, lo lógico era tocar con la cara, pero un reflejo instintivo me hizo inclinar la cabeza hacia delante.

La cabeza pegó en la arena. El cuerpo quiso dar el tumbo, pero la presión del agua lo impidió. Sonó un chasquido, como el romperse de unas ramas al pisarlas. Como un pequeño y desagradable calambre recorrió mi espina dorsal y el cuerpo entero.

Me acababa de fracturar la espina cervical por la séptima vértebra.
Después del choque me quedé en el fondo, como un muñeco de trapo. Los brazos y las piernas colgaban hacia abajo. El cuerpo comenzó a ascender hacia la superficie. Despacio, muy despacio. Yo intentaba moverlos, pero ellos seguían inermes, como si nunca me hubiesen pertenecido.

Mi cuerpo alcanzó la superficie. Cesó todo movimiento. Sólo me quedaba el pensamiento...

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